Hay días en los que me doy cuenta
que no está bien estar así, que no es normal estar adormecida todo el tiempo.
Porque aunque sea cómodo no es placentero. Para nada. Pero sigo en la misma y
no encuentro esa fuerza que venza la inercia, esa energía que ponga los
engranajes en movimiento para provocar un cambio real y constante.
Muy pocos estímulos pasan a través de estas capas
acumuladas de resistencia y dureza antigolpes y me hacen acordar que estaba
bueno estar en contacto con la gente: recibir un mail con palabras lindas
diciendo que extrañan tomar mate conmigo, o aflojar por un rato y descubrir que
un beso puede decir muchas más cosas que mil cartas, o recibir un llamado
telefónico porque sí preguntando cómo estoy y esperando una respuesta real. Y
entonces me encierro en la ducha a llorar hasta quedarme sin aliento y a pensar
estrategias que me permitan reencontrarme con esa que fui y que me gustaba
tanto.
Pero a lo mejor no tengo que
buscar a una que fui sino que tengo que encontrar una nueva *yo* que tenga las
buenas cualidades que yo se quedaron escondidas bajo toneladas de mugre propia
y ajena y que sepa decir que no cuando corresponda y que sea amable y que sea
cuidadosa de su persona y que sepa que de sus fragilidades vienen sus
fortalezas y que aprenda que a veces hay que retroceder para tomar impulso y
que entienda que la soledad a veces está buena pero todo el tiempo te come el
alma y que mire alrededor y que hay gente cerca que vale la pena y que
encuentre la forma de transformar una herida en una cicatriz y que finalmente
encuentre el perdón o el olvido y que …