Los comienzos siempre son agotadores. Y en muchos casos son dolorosos. Sobre todo cuando uno comienza a poner en movimiento ciertos engranajes que hasta este momento permanecían inmóviles y perezosos.
Vencer la inercia para frenar o, aún peor, para comenzar a moverse es siempre un trabajo que demanda energía. Y aunque parte de esa energía se disipa para nunca volver, también hay una mínima porción que se transforma en sonrisas, satisfacciones, proyectos y posibilidades que se descubren.
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