domingo, 30 de diciembre de 2012

continuar

No tengo paciencia para esperar
el año nuevo y empezar ciertas
maniobras de resucitación que
permitan retomar el control de mi vida.

Probablemente tampoco tenga
disciplina suficiente para
mantener esta determinación
que siento a esta hora de la madrugada.

Sin embargo aquí estoy.
Una vez más prometiendo
y buscando incentivos que
me permitan seguir.
O empezar.
O terminar.

Algo que sea verbo  y no puro adjetivo.

Y entiendo que no debo pensar.
Y acepto que no debo dudar.
Y presiento que no debo sufrir.

Pero más que nada debo cambiar continuar.
                                               

miércoles, 26 de diciembre de 2012

un buen plan

Soñar grandezas y construir miniaturas
Descubrir que el dolor que generan las grandezas no obtenidas muchas veces opacan la alegría de las miniaturas edificadas.
Racionalizar el error en eso.
Permitir que el dolor se diluya y la alegrìa se concentre.
Seguir soñando grandezas, continuar construyendo miniaturas.
Disfrutar de los logros y aprender de los fallos.
Ser feliz con lo que se (ob)tiene.
Ser feliz con.
Ser.

lunes, 24 de diciembre de 2012

lunes, 5 de noviembre de 2012

duelo


Sigo sin entender la sensación generalizada de alivio que se percibe. Una racionalización feroz de la situación en donde no se ven lágrimas, ni dolor ni angustia. Pasan las horas y los días sin señales de duelo tal como lo describen. Sólo  pequeños relatos donde verbaliza (ahora sin filtro) anécdotas y vivencias de años y décadas atrás. 

Es como si el velo de la parca en lugar de difuminar los errores pasados, hubiera traído a flote todo aquello que antes no se permitía mencionar. Y en esa catarata de historias surgen mínimas notas de rencor, discretas cuotas de resentimiento y un aire de libertad ganada. Percibe su ausencia en pequeños detalles cotidianos, pero lejos de mostrar nostalgia traduce la sensación a palabras que suenan a mejora, a progreso, a evolución positiva de las circunstancias.

Con respecto al tema cementerio no voy a opinar porque probablemente haría lo mismo y no me acercaría a ver una pared que detrás contiene sólo carne en descomposición. De todas maneras, conociendo su perfil de hacer lo que es socialmente aceptado y demandado resulta extraño que no haya ido ni una sola vez. Por otro lado, no sorprende ni una pizca que su preocupación más grande en la misa del domingo haya sido al llegar tarde y haberse perdido que lo nombraran. Tampoco asombra que haya comprado los dos diarios donde salieron las necrológicas y salutaciones, ni que haya guardado todo lo que sea referencia mediática de la muerte.

Y no olvidemos el tema del dinero. Constante, persistente y siempre presente. Cuándo, cómo y cuánto. Sobre todo cuánto. Y el brillo avaro en la mirada al saber los montos y planear el uso consumista de los mismos. Esa borrachera de encontrarse con un tesoro no esperado y sin restricciones que le impidan usarlo como más le plazca.

En fin, qué puedo agregar. Salvo que sólo puedo leer una vulgar pantalla social de lo que se supone debe ser un duelo mientras que en privado se le deslizan por las comisuras la tranquilidad de encontrarse frente a su vida y reconocerla como propia e individual, sin ataduras y sin condiciones.

jueves, 18 de octubre de 2012

plan B


Hay días en los que me doy cuenta que no está bien estar así, que no es normal estar adormecida todo el tiempo. Porque aunque sea cómodo no es placentero. Para nada. Pero sigo en la misma y no encuentro esa fuerza que venza la inercia, esa energía que ponga los engranajes en movimiento para provocar un cambio real y constante.
 
Muy  pocos estímulos pasan a través de estas capas acumuladas de resistencia y dureza antigolpes y me hacen acordar que estaba bueno estar en contacto con la gente: recibir un mail con palabras lindas diciendo que extrañan tomar mate conmigo, o aflojar por un rato y descubrir que un beso puede decir muchas más cosas que mil cartas, o recibir un llamado telefónico porque sí preguntando cómo estoy y esperando una respuesta real. Y entonces me encierro en la ducha a llorar hasta quedarme sin aliento y a pensar estrategias que me permitan reencontrarme con esa que fui y que me gustaba tanto. 

Pero a lo mejor no tengo que buscar a una que fui sino que tengo que encontrar una nueva *yo* que tenga las buenas cualidades que yo se quedaron escondidas bajo toneladas de mugre propia y ajena y que sepa decir que no cuando corresponda y que sea amable y que sea cuidadosa de su persona y que sepa que de sus fragilidades vienen sus fortalezas y que aprenda que a veces hay que retroceder para tomar impulso y que entienda que la soledad a veces está buena pero todo el tiempo te come el alma y que mire alrededor y que hay gente cerca que vale la pena y que encuentre la forma de transformar una herida en una cicatriz y que finalmente encuentre el perdón o el olvido y que …

viernes, 12 de octubre de 2012

*estoy*


Me preguntaste “¿cómo estás?” Yo *estoy*.  Ni bien ni mal ni masomenos ni menosmas. *Estoy*. 

Ni siquiera se cómo explicarlo. Trato de ordenar mis ideas y de encontrar palabras para explicar esta sensación indefinida, este limbo en el que me parece que estoy sumergida y no puedo poner dos letras seguidas que expresen lo que pasa por mi cabeza y por mi corazón.

Intento ponerme del lado de afuera y estudiar el panorama buscando algún indicio y sólo veo tranquilidad (demasiada), desgano (demasiado), apatía (demasiada), aburrimiento (demasiado), cansancio (demasiado), ausencia (demasiada) y disgusto (un poco). Cualquiera que me vea no va a notar nada arrugado o molesto, sólo un poco vacío. 

Todos alguna vez hemos dejado que la cabeza vuele lejos mientras dejamos el cuerpo abandonado acá hasta que alguien viene y nos agarra de nuestro hilo barrilete  nos trae de vuelta a la realidad. Yo siento que me fui lejos y que ya no encuentro el camino de vuelta. Veo gestos alrededor mío y siento como amortiguadas por una almohada las palabras cercanas que intuyo tratan de devolverme a mí misma, pero es mucho más cómodo quedarme acá.

Y no me preguntés dónde es *acá* porque no tengo ni idea. *Acá* es un lugar silencioso, con poca luz, que hace que duerma mucho aún cuando no tengo sueño. *Acá* es saber que mientras no me mueva mucho puedo ser funcional y pasar desapercibida bajo el radar escrutador que todo lo califica y lo denigra. *Acá* es un mar tranquilo de agua tibia en la que floto con los ojos cerrados dejándome arrastrar. *Acá* es sonreír a veces viendo que la vida que colaboré a crear es autónoma y fuerte. *Acá* es una cama grande que siempre está mullida y un televisor que siempre pasa series nuevas. *Acá* es jugar absurdas travesías en una pantalla llena de colores mientras me diluyo en gris. *Acá* es cualquier actividad que me permita poner el cerebro en pausa y aturdirme hasta que sea imposible mantenerse despierto.

*Acá* es cómodo porque es una realidad (un sitio?) que no necesita demasiado gasto de energía para mantenerse. Soy un ente que sigue corrigiendo tareas, sigue cocinando, sigue limpiando, sigue preocupándose por el bienestar ajeno, sigue escuchando, sigue siendo madre, hija, esposa, amiga, compañera de trabajo, y cuanto rol me toque ocupar. Y aunque todo está navegando sin demasiadas tormentas, se siente raro, se percibe que bajo esa superficie serena hay algo oscuro que crece.

Vivir así es igual a tener un dolor crónico, molesta y resulta incómodo pero se soporta y entonces uno sigue quemando oxígeno y haciendo de cuenta que vive cuando en realidad sólo subsiste sin sentido aparente y sin objetivo visible más que permanecer sin que nadie moleste dentro de la burbuja calentita que está mullida y cómoda. Aprendes a convivir con una piedrita en el zapato, sabés que con sólo agacharte y desatarte los cordones podés arreglarlo, pero es más simple  seguir caminando.

martes, 18 de septiembre de 2012

profes


Lo bueno de volver a ser alumna es reencontrarme con estas ganas y esta excitación que toda la vida me generó aprender algo nuevo de la mano de alguien que no sólo sabe muchísimo más que yo, sino que tiene entusiasmo y ganas de trasmitir lo que sabe.

Eso me hizo pensar en los profes y maestros que tuve a lo largo de mi vida como alumna desde la primaria (no, no fui al jardín de infantes), pasando por la secundaria, mi breve paso por la universidad, las dos carreras del terciario, los cursos y talleres y seminarios y conferencias y el inmenso etcétera en el que me encontré en situación de aprender y ser enseñada.

De todos ellos sólo un puñado permanece grabado en el pedazo ese de memoria donde guardamos a las personas que fueron importantes y que marcaron una diferencia en nuestra vida. Y analizando a los integrantes de ese puñado veo que todos tienen características comunes: 

1-       Un entusiasmo genuino por su trabajo, hacen lo que les gusta y les gusta mucho.  En Tandil, mientras estudiaba magisterio, tuve una profesora que nos dio durante un año historia argentina. A mí la historia honestamente nifú-nifá pero esta mujer tenía una forma de contar, de explicar, de decir que hacía que uno quedara totalmente atrapado y que siempre quisiera saber más. Estoy hablando de mediados de los 90, la época pre-Pigna y cuando el revisionismo histórico apenas estaba empezando, pero esta profe daba unas clases divertidísimas donde nos contaba chismes de los próceres, nos describía cómo se bañaban, peinaban, y maquillaban las damas, nos mostró el retrato de Manuelita Rosas y con eso nos explicó cantidad de cosas de la vida en sociedad y de las relaciones internacionales durante el período rosista. Cómo sería la pasión que transmitía que tiempo después de haber terminado seguíamos yendo a la casa a pedirle libros y a que nos siguiera explicando sólo por el gusto de sentarnos a tomar el té con ella. Y cada vez que voy a Buenos Aires al menos una hora tengo que pasar por el cementerio de la Recoleta para seguir paseando por las callecitas internas acompañada por su relato.
2-      Optimismo, alegría y esperanza en el futuro. Es prácticamente imposible comprometerse con la tarea docente si no tenés un mínimo de fe en que a través de la educación se puede mejorar la situación en la que estamos viviendo. Y no sólo por el pensamiento de principios del siglo XX en que se tomaba a la educación como medio de movilidad social, sino porque en la convivencia diaria en el aula se deben poner en funcionamiento valores que hacen a que seamos mejores humanos. Un profe nos contaba sus anécdotas de estudiante terrible y nos hacía reír constantemente en sus clases con chistes pedagógicos y autocríticos que siempre remataba con una frase: “si yo pude crecer y mejorar, cómo no van a poder crecer y mejorar ustedes y cómo ustedes no van poder ayudar a crecer y mejorar a sus alumnos”. Capo total.
3-      Amabilidad y generosidad. He tenido profes que son absolutos genios. Pero ojo, no genios de decir “ah, que genial tu clase” sino genios de cráneos totales que tienen hechas publicaciones grosas; me acuerdo de tres en particular: dos que tienen publicados libros de pedagogía y didáctica de ciencias y uno con papers zarpados de química. Y si algo tenían estos genios era que siempre fueron abiertos y desprendidos con sus conocimientos y con sus recursos, jamás fueron mezquinos ni egoístas ni soberbios ni agrandados. De una de ellas me acuerdo que nos había dado un trabajo para hacer que necesitaba de bibliografía específica que no se conseguía en cualquier librería o biblioteca, cuando le contamos que no encontrábamos los textos necesarios en ningún lado dijo “no hay problema, mañana les traigo”. Al otro día trajo cinco cajas grandes  rebalsando de libros y dijo: “agarren lo que necesiten y llévenselo hasta que terminen el trabajo”. Generosidad exponencial infinito.
4-      Capacidad de percibir las necesidades ajenas y actuar en consecuencia. Yo empecé la escuela en 1975, en ese año habían cambiado alguna ley de educación por la cual 1°, 2° y 3° grado se hacían como una única etapa con la misma maestra, en nuestro caso salimos bendecidos con la fantabulosa, energética y dulce Seño Susana. En esa época no existían aulas integradas ni ninguna corriente pedagógica que propusiera que los chicos con dificultades severas podían mejorar a través de la convivencia con los alumnos con un ritmo de aprendizaje adecuado a su edad cronológica. En aquella época al primer síntoma de *retraso* se hacían un par de test y se los mandaba a las escuelas de chicos especiales. En nuestro aula estaban Alberto y Stella que no avanzaban al mismo ritmo con las letras y los rulos como nosotros, pero la Seño Susana no pensaba dar el brazo a torcer para derivarlos a una escuela especial. Les  buscó tareas, les armó actividades individuales para cada uno, les consiguió unos libros distintos de los nuestros y logró que ellos aprendieran lo mismo que nosotros pero sin tratar de cambiarles el ritmo y sin tratarlos diferente que al resto de sus alumnos. La Seño Susana interpretó cuáles eran las necesidades de estos chicos y buscó la manera de cubrirlas. Lo genial fue que en el proceso nos enseñó tolerancia, nos enseñó que todos tenemos talentos ocultos y nos enseñó que aunque todos somos distintos podemos convivir y beneficiarnos mutuamente. En 2°grado recuerdo muy bien que nosotros ya estábamos por las restas y ellos recién estaban empezando con las sumas y todos en el aula nos peleábamos por sentarnos con Stella porque nos gustaba ayudarla en matemática y Alberto nos hacía muchos de los dibujos de las carátulas del mes porque dibujaba hermoso. Cuando llegamos al final de 3°grado, todos hacíamos las mismas tareas y si bien a ellos les costaba un poco más, todos pasamos juntos a 4° y juntos seguimos casi toda la primaria. Stella repitió 6°grado porque le costaba mucho matemática y Alberto cuando terminó 7° se fue a una escuela técnica (ahora es un mecánico de lujo). 

Cuánto de nuestra vida diaria sigue regida por esos valores que aprendimos en las cuatro horas diarias de convivencia en la escuela. Cuánto más aprendimos dentro del aula aparte de letras y números. Cuánto de todo eso hay que agradecer a que en nuestro paso por la escuela tuvimos profesores y maestros inspiradores.