martes, 18 de septiembre de 2012

profes


Lo bueno de volver a ser alumna es reencontrarme con estas ganas y esta excitación que toda la vida me generó aprender algo nuevo de la mano de alguien que no sólo sabe muchísimo más que yo, sino que tiene entusiasmo y ganas de trasmitir lo que sabe.

Eso me hizo pensar en los profes y maestros que tuve a lo largo de mi vida como alumna desde la primaria (no, no fui al jardín de infantes), pasando por la secundaria, mi breve paso por la universidad, las dos carreras del terciario, los cursos y talleres y seminarios y conferencias y el inmenso etcétera en el que me encontré en situación de aprender y ser enseñada.

De todos ellos sólo un puñado permanece grabado en el pedazo ese de memoria donde guardamos a las personas que fueron importantes y que marcaron una diferencia en nuestra vida. Y analizando a los integrantes de ese puñado veo que todos tienen características comunes: 

1-       Un entusiasmo genuino por su trabajo, hacen lo que les gusta y les gusta mucho.  En Tandil, mientras estudiaba magisterio, tuve una profesora que nos dio durante un año historia argentina. A mí la historia honestamente nifú-nifá pero esta mujer tenía una forma de contar, de explicar, de decir que hacía que uno quedara totalmente atrapado y que siempre quisiera saber más. Estoy hablando de mediados de los 90, la época pre-Pigna y cuando el revisionismo histórico apenas estaba empezando, pero esta profe daba unas clases divertidísimas donde nos contaba chismes de los próceres, nos describía cómo se bañaban, peinaban, y maquillaban las damas, nos mostró el retrato de Manuelita Rosas y con eso nos explicó cantidad de cosas de la vida en sociedad y de las relaciones internacionales durante el período rosista. Cómo sería la pasión que transmitía que tiempo después de haber terminado seguíamos yendo a la casa a pedirle libros y a que nos siguiera explicando sólo por el gusto de sentarnos a tomar el té con ella. Y cada vez que voy a Buenos Aires al menos una hora tengo que pasar por el cementerio de la Recoleta para seguir paseando por las callecitas internas acompañada por su relato.
2-      Optimismo, alegría y esperanza en el futuro. Es prácticamente imposible comprometerse con la tarea docente si no tenés un mínimo de fe en que a través de la educación se puede mejorar la situación en la que estamos viviendo. Y no sólo por el pensamiento de principios del siglo XX en que se tomaba a la educación como medio de movilidad social, sino porque en la convivencia diaria en el aula se deben poner en funcionamiento valores que hacen a que seamos mejores humanos. Un profe nos contaba sus anécdotas de estudiante terrible y nos hacía reír constantemente en sus clases con chistes pedagógicos y autocríticos que siempre remataba con una frase: “si yo pude crecer y mejorar, cómo no van a poder crecer y mejorar ustedes y cómo ustedes no van poder ayudar a crecer y mejorar a sus alumnos”. Capo total.
3-      Amabilidad y generosidad. He tenido profes que son absolutos genios. Pero ojo, no genios de decir “ah, que genial tu clase” sino genios de cráneos totales que tienen hechas publicaciones grosas; me acuerdo de tres en particular: dos que tienen publicados libros de pedagogía y didáctica de ciencias y uno con papers zarpados de química. Y si algo tenían estos genios era que siempre fueron abiertos y desprendidos con sus conocimientos y con sus recursos, jamás fueron mezquinos ni egoístas ni soberbios ni agrandados. De una de ellas me acuerdo que nos había dado un trabajo para hacer que necesitaba de bibliografía específica que no se conseguía en cualquier librería o biblioteca, cuando le contamos que no encontrábamos los textos necesarios en ningún lado dijo “no hay problema, mañana les traigo”. Al otro día trajo cinco cajas grandes  rebalsando de libros y dijo: “agarren lo que necesiten y llévenselo hasta que terminen el trabajo”. Generosidad exponencial infinito.
4-      Capacidad de percibir las necesidades ajenas y actuar en consecuencia. Yo empecé la escuela en 1975, en ese año habían cambiado alguna ley de educación por la cual 1°, 2° y 3° grado se hacían como una única etapa con la misma maestra, en nuestro caso salimos bendecidos con la fantabulosa, energética y dulce Seño Susana. En esa época no existían aulas integradas ni ninguna corriente pedagógica que propusiera que los chicos con dificultades severas podían mejorar a través de la convivencia con los alumnos con un ritmo de aprendizaje adecuado a su edad cronológica. En aquella época al primer síntoma de *retraso* se hacían un par de test y se los mandaba a las escuelas de chicos especiales. En nuestro aula estaban Alberto y Stella que no avanzaban al mismo ritmo con las letras y los rulos como nosotros, pero la Seño Susana no pensaba dar el brazo a torcer para derivarlos a una escuela especial. Les  buscó tareas, les armó actividades individuales para cada uno, les consiguió unos libros distintos de los nuestros y logró que ellos aprendieran lo mismo que nosotros pero sin tratar de cambiarles el ritmo y sin tratarlos diferente que al resto de sus alumnos. La Seño Susana interpretó cuáles eran las necesidades de estos chicos y buscó la manera de cubrirlas. Lo genial fue que en el proceso nos enseñó tolerancia, nos enseñó que todos tenemos talentos ocultos y nos enseñó que aunque todos somos distintos podemos convivir y beneficiarnos mutuamente. En 2°grado recuerdo muy bien que nosotros ya estábamos por las restas y ellos recién estaban empezando con las sumas y todos en el aula nos peleábamos por sentarnos con Stella porque nos gustaba ayudarla en matemática y Alberto nos hacía muchos de los dibujos de las carátulas del mes porque dibujaba hermoso. Cuando llegamos al final de 3°grado, todos hacíamos las mismas tareas y si bien a ellos les costaba un poco más, todos pasamos juntos a 4° y juntos seguimos casi toda la primaria. Stella repitió 6°grado porque le costaba mucho matemática y Alberto cuando terminó 7° se fue a una escuela técnica (ahora es un mecánico de lujo). 

Cuánto de nuestra vida diaria sigue regida por esos valores que aprendimos en las cuatro horas diarias de convivencia en la escuela. Cuánto más aprendimos dentro del aula aparte de letras y números. Cuánto de todo eso hay que agradecer a que en nuestro paso por la escuela tuvimos profesores y maestros inspiradores.

viernes, 14 de septiembre de 2012

excusas



En general soy una mina que se hace cargo de sus quilombos y trata de solucionarlos haciéndose responsable, básicamente porque creo firmemente que en la vida uno tiene que reconocer sus equivocaciones como primer paso antes de lograr un cambio sustancial que permita no volver a tropezar. 

Sin embargo hay que tener la coartada perfecta en caso de crimen y creo que con apenas dos excusas básicas para salir medianamente airosos de cualquier situación. Esas escapatorias serían:

  • Cuando yo llegué ya estaba así
  • A mí nadie me avisó

Como en todo lugar de trabajo, la escuela es un hervidero de relaciones humanas y de pequeños juegos de poder. En algunas escuelas se percibe apenas uno pasa por la puerta un clima agradable, cordial, de buena onda y predisposición, donde cada uno tiene su rol y lo acepta y lo cumple lo mejor posible. En otras la sensación es prácticamente la opuesta, hay tensión, se escuchan conversaciones murmuradas que se silencian apenas aparecen un tercero en discordia al que no se considera digno de confianza, hay luchas no declaradas por ver quién detenta el poder real más allá del poder administrativo, se descuida el propio rol por intentar probar que se cumple mejor el rol del otro. 

Pero de todas las posibles escuelas en donde se podría trabajar, la peor sería esa donde la mayor parte de sus integrantes y hasta algunos directivos sean fieles seguidores del mantra “si no me entero, no existe y si no existe no es un problema”.  Esas escuelas se perciben como acéfalas a pesar de contar con un plantel directivo completo; se sienten desorganizadas, como si funcionaran a fuerza de la inercia residual de años de una conducción prolija y ordenada; se lee en el ambiente que cada uno cumple su rol con un mínimo de energía y sin fijarse demasiado si sus acciones afectan o no al otro.

Lo malo de este último tipo de escuelas es que poco a poco y sin que vos te des cuenta van vampireando tu voluntad y te dejan sin ganas de luchar. Combatir esa sensación y tratar de mantenerte fiel a tus principios es desgastante pero es la única manera de convertir una escuela apática en una escuela realmente transformadora.

Adiviná en qué escuela trabajo yo?