viernes, 14 de septiembre de 2012

excusas



En general soy una mina que se hace cargo de sus quilombos y trata de solucionarlos haciéndose responsable, básicamente porque creo firmemente que en la vida uno tiene que reconocer sus equivocaciones como primer paso antes de lograr un cambio sustancial que permita no volver a tropezar. 

Sin embargo hay que tener la coartada perfecta en caso de crimen y creo que con apenas dos excusas básicas para salir medianamente airosos de cualquier situación. Esas escapatorias serían:

  • Cuando yo llegué ya estaba así
  • A mí nadie me avisó

Como en todo lugar de trabajo, la escuela es un hervidero de relaciones humanas y de pequeños juegos de poder. En algunas escuelas se percibe apenas uno pasa por la puerta un clima agradable, cordial, de buena onda y predisposición, donde cada uno tiene su rol y lo acepta y lo cumple lo mejor posible. En otras la sensación es prácticamente la opuesta, hay tensión, se escuchan conversaciones murmuradas que se silencian apenas aparecen un tercero en discordia al que no se considera digno de confianza, hay luchas no declaradas por ver quién detenta el poder real más allá del poder administrativo, se descuida el propio rol por intentar probar que se cumple mejor el rol del otro. 

Pero de todas las posibles escuelas en donde se podría trabajar, la peor sería esa donde la mayor parte de sus integrantes y hasta algunos directivos sean fieles seguidores del mantra “si no me entero, no existe y si no existe no es un problema”.  Esas escuelas se perciben como acéfalas a pesar de contar con un plantel directivo completo; se sienten desorganizadas, como si funcionaran a fuerza de la inercia residual de años de una conducción prolija y ordenada; se lee en el ambiente que cada uno cumple su rol con un mínimo de energía y sin fijarse demasiado si sus acciones afectan o no al otro.

Lo malo de este último tipo de escuelas es que poco a poco y sin que vos te des cuenta van vampireando tu voluntad y te dejan sin ganas de luchar. Combatir esa sensación y tratar de mantenerte fiel a tus principios es desgastante pero es la única manera de convertir una escuela apática en una escuela realmente transformadora.

Adiviná en qué escuela trabajo yo?

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