viernes, 20 de marzo de 2009

nada cambia porque sí

me canso de sólo pensarlo y me anulo.

porque aunque ahora es más palpable la diferencia entre antes y después, también es más cierta la sensación de que todo cuesta más. si encima a eso le sumamos una hija preadolecente que no deja pasar una sóla oportunidad de tirar dardos envenenados, imaginate...

por otro lado eso me trae a la superficie esta mezcla de orgullo y ganas de estrellarle la cabeza contra el piso cada vez que A. abre la boca y sin cambiar el tono de voz pero mirando de costadito te dice verdades que de tan verdaderas hacen que te duela desde el alma hasta la uña del dedo más chiquito del pie izquierdo. y al final siempre supera el orgullo a todo lo demás porque claro, ella no sólo lo piensa (como también hacía yo con mi madre) sino que te lo dice. después de todo, mi hija no es más que el producto de mi corazón y en cierta forma refleja como un espejo parte de mi escencia.

y ahí, justo en ese vértice de reflexión me paro haciendo equilibrio como puedo y pienso: "OJO, lo mismo se da para atrás, YO no soy más que el producto del corazón de mi madre y en cierta forma reflejo como un espejo parte de su escencia". y como una ráfaga aparece Doña Eulogia, mi abuela, la madre de mi madre, que era una gallega cerrada y tozuda, poco demostrativa y exigente en dosis altamente peligrosas.

tal vez la escencia se diluye a lo largo de las generaciones, pero aparentemente las mujeres de esta familia estamos encerradas en un círculo de repetición de absurdos. y aunque yo me jacte de usar contramodelos con mis hijos, hay ciertas cosas que reconozco como cíclicas, como si fueran déjà vu generacionales.

lo peor (mejor) de todo es haberme dado cuenta, es saber. porque el conocimiento te trae la responsabilidad, casi la obligación de movilizar estructuras para cambiar, para salir de esa calesita en donde se siguen repitiendo hasta frases enteras.

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