viernes, 19 de junio de 2009

viky

Miércoles a última hora: "la internaron a Viky, está muy delicada"

Intercambio de mensajes con los dos compas que más tiempo pasaron en la escuela con Viky:
C. y H.: "vamos a ver a Viky al hospital?"
Yo: "Toy en Bahía, vamos mañana?"
H.: "C. va a hora con el marido, dps vemos"
Yo: "Y C.? Fuiste? Como está?"
C.: "grave, muy grave"
Yo: "H. qué haces? me acompañas mañana¿"
H.: "Voy ahora porque me dijo C. que no se si llega a mañana"

Algo en ese último mensaje me terminó de decidir. Llegué de Bahía a las 23, deposité a la familia en la casa y volé al hospital. Manejar sola ese trayecto siempre es espantoso, pero de noche tiene algo más de creepy que hace que se me pongan los pelos de punta por anticipado.

H. me esperó en la puerta y me acompañó por el laberinto de pasillos en donde lo único que resonaba era el ruido de mis tacos y su palabras ahorcadas por la angustia. Llegué y la ví: flaquita, sin pelo, respirando a través de la máscara, con el médico de un lado de la cama y un montón de ojos asustados en el otro.

Mientras iba en el auto pensaba en qué decirle, de qué hablarle, qué tono usar, cómo esconder el miedo que se me desbordaba en lágrimas gordas. Pero llegué y prendí la máquina de hablar pelotudeces: le hice un par de chistes, le conté del embarazo de L., de D. y sus sospechas, de C. y su jefatura, de mis hijos, hablé con su marido y le dije algo acerca de tejer de a un punto por vez hasta completar una viçuelta y así. Todo el tiempo le sostuve la mano, todo el tiempo le hice mimos y caricias y no paré para respirar ni un minuto. Ella estuvo conciente y con poquitos gestos participaba de mi conversación enloquecida. Cuando ya sentí que el nudo era demasiado pesado en mi pecho, me despedí y me fui a casa.

El jueves en la escuela alguien dijo de escaparnos un ratito para ir a verla. Ya estaba inconciente y de acuerdo al médico era cuestión de horas. Respiraba muy superficialmente, tenía las manos pálidas y frías, no respondía a ningún estímulo y sólo faltaba que dejara latirle el corazón. El marido se acercó en un momento y le dijo: "negra, ya está negra, aflojá, con quién te estás peleando? que, no te deja entrar? aflojá negrita".

Cuando llegó la hora de irse yo me acerqué y le dije al oído "gracias por todo TODO lo que me enseñaste" y le di un beso. Cómo no agradecerle la forma pausada de explicar las cosas que tenía, la risa franca cuando me descolgaba con una pavada, el día que me dijo que se peinaba para sacarse el viento del pelo, la pasión con la que hacía las cosas y cómo defendía a SU escuela, el amor con el que contaba cada pequeñísimo logro de su nieta, la fuerza y determinación para luchar contra una enfermedad de mierda, la fé inigualable en que siempre hay una posibilidad, una salida, una esperanza.

A las 17:30 murió. A la hora que salíamos siempre de la escuela.

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