- ansiedad antes que llegaran y disfrute cuando ya estaban ahí
- reír a carcajadas de tonterías viejas (sabés lo que es este papelito doblado?)
- rearmar las escalas de locura a lo largo de la tarde-noche (igual ya sabemos quién se lleva el primer puesto por afano,no?)
- rescatar instantes, gestos, palabras que ayudan a seguir creciendo.
- seguir haciendo bromas (la cerveza helada que explotó con el cariño que le dieron) y que se nos salten las lágrimas de risa.
- extrañar a los que no fueron pero sentir que su energía igual estaba presente.
- escuchar historias con atención y sorprendernos de fortalezas y fragilidades ajenas que no conocíamos.
- recordar anécdotas puntuales y seguir riéndonos como hace 24 años.
- la tarta de coco y dulce de leche (¡!)
- una llamada telefónica que convenció a un ausente para que se hiciera presente.
- hablar del pasado sin rencor y sin nostalgia, reconciliados y en paz.
- mirar alrededor y pensar: “esta gente también ayudó a que yo sea quien soy”
- los tres termos de mate de madrugada y la charla que los acompañó (verbalizar el pasado con naturalidad porque ahí no se esconden demonios que exorcizar).
- ver fotos viejas y reencontrarnos con esos que fuimos.
- tomar conciencia de lo nutritivos que son los mínimos instantes que compartimos con la gente.
- tener la sensación de que salió todo tan lindo, tan natural y encontrar que los demás también lo percibieron así.
martes, 31 de agosto de 2010
estás igual
compliladito de momentos madurados y digeridos diez días después de un reencuentro de compañeros de la escuela en casa:
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