Tres clases de personas admiro:
los que creen con absoluta devoción, convicción, fé y entrega lo que el dogma de su religión les enseñó: pase lo que pase ellos con un "en Dios confío" lo arreglan y portan una resignación a lo que les traiga la vida que no los hace inmunes pero sí fuertes frente al dolor; se abrigan en la presencia de un Alguien que los cuida y los vigila; saben que el paraíso los espera detrás de cada uno de sus actos buenos y sufren con el infierno de la culpa cuando hacen algo mal.
los que son completamente ateos, pseudocientíficos y pasan por la vida viviendo un eterno presente: estan convencidísimos que el Universo empezó con el Big Bang, que Darwin y sus seguidores explicaron muy bien por qué estamos en el planeta, que la termodinámica nos mantiene funcionando y que la muerte es simplemente una consecuencia de la entropía que nos consume; se viven haciendo preguntas y planteando posibles respuestas; no esperan que después del último aliento haya nada más, ni premio ni castigo, solo la nada.
los que de una manera u otra pueden poner en letras o en colores o en fotos o en música o en formas lo que sienten o piensan: van con las antenas desplegadas, atrapando sensaciones e imagenes, mostrándonos cuántas facetas caleidoscópicas tiene esa calle por la que caminamos a diario hasta el trabajo, escriben con el sabor exacto de tus lágrimas y pintan con la textura exacta de sus caricias, me sorprenden leyéndome el pensamiento y el corazón con siglos de anticipación o con décadas de retraso.
No entro en ninguna categoría.
Mi fé se desbarranca con cada pregunta;
no entiendo que solo el tiempo y la genética azarosa consigan maravillas,
y aunque lo intento, no consigo transmitir lo que me quema acá, acá y acá.
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