viernes, 17 de julio de 2009

viento

A muchos les dan miedo las tormentas, a otros la lluvia fuerte y descontrolada, existen algunos que miran con desconfianza el cielo cuando las nubes son bajas y de panza gris oscuro. A mí me tienen sin cuidado las desavenencias climáticas en general, pero el viento... ah, el viento es otra cosa.

Siempre me gustó el viento. Esa fuerza incontrolable que me sacude, me despeina y me empuja. Una de las cosas que más extrañaba cuando viví en Rosario era justamente este viento virulento y arrollador que abunda (y cómo) en nuestra zona. Cuando venía de visita en invierno me iba caminando a todos lados con tal de poder disfrutar (?) de las agujas heladas que me arrancaban lágrimas y me perforaban como miles de agujitas heladas a través de capas y capas de abrigo.

Pero, como todo amor que a veces con el tiempo muda en algo diferente, mi relación con el viento ha cambiado. Me cansa escucharlo protestar en mis ventanas durante toda la noche, me enoja que me haga achinar los ojos para enfrentarlo y me molesta que envuelva todo en una neblina seca y polvorienta que después tengo que limpiar con cuidado de mis muebles.

Qué será que alteró mi relación climática con el viento así: será la sequía por la falta de lluvia o la humedad por el exceso de lágrimas?

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