Había una vez una bruja que se apersonó al planeta y se instaló muy cómoda en el hombro izquierdo de una señora treintona.
Le decía cositas al oído, cositas como: "guarda con esta mina que te saluda sonriendo pero después te roba las planificaciones" o a veces "por qué no te bañas temprano que a lo mejor hoy hay milonga?" y hasta llegó a decirle "ojo con este verdulero que te pone las peras podridas mezcladas con las buenas".
La señora trientona no le daba mucha bola, por eso de seguir sintiéndose dueña de sus actos, pero las evidencias de los poderes verdaderos de esta bruja se sumaban día a día.
Pero todo cambió una madrugada a comienzos de marzo.
La tarde anterior había tenido un sol radiante y la señora treintona lavó los acolchados de los chicos. No, no lavo a los chicos que son rellenitos, lavó eso gordito y lleno de guata que se pone encima de las camas. Por la noche, antes de dormir, la señora salió al patio, miró el cielo y tocó la tela. "Hmmm, todavía está mojada; bue, los dejo colgados, total hay estrellas...". La bruja que estaba un poco amodorrada saltó a los gritos en su hombro izquierdo: "no, no, no, esta noche va a llover!" La señora treintona se hizo la sorda y arrastró sus pantuflas para la casa. La bruja le tiró de las orejas y casi se cae por insistir "sacá esos acolchados de ahí que esta noche va a llover!"
Nunca corrí, perdón ejem, nunca corrió tanto esta señora treintona como esa noche a las tres de la madrugada cuando el golpe duro de las gotas contra el techo le confirmaron que esa bruja que ahora la miraba con una semisonrisa socarrona desde su hombro izquierdo, una vez más, había tenido razón.
La señora treintona en la actualidad sigue bastante fielmente los consejos de esa brujita que vive en su hombro izquierdo. Y aunque sigue igual de torpe e inocente, por lo menos ya sabe con mayor seguridad cuando ponerse ESE perfume especial y cuando depilarse.
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