O yo ya me estoy poniendo vieja y los recuerdos se me mezclan o el cambio climático hace que esta ciudad tenga inviernos cada vez más livianos y veranos cada vez más ardientes.
Está bien. De vez en cuando aparece un día bien frío. El viernes, por ejemplo, estábamos todos congelados y con los dedos entumecidos del frío, comentabamos asombrados los campos blancos de escarcha y los charcos congelados.
Pero yo, que me acuerdo de mi infancia peatonal y mañanera, digo que lo del viernes fue una excepción, un fantasma del pasado que vino a soplarnos las orejas y a decirnos: "mirá, te acordás cuando este frío se prolongaba días y días? te acordás cuando la escarcha de la esquina no se iba ni aunque fuesen las tres de la tarde? te acordás cuando el viento silbaba en las persianas y adentro hacíamos chocolate y pan tostado? te acordás?"
A mí, qué querés que te diga... Este invierno light me tiene podrida. No puedo usar los polerones gordos y las bufandas se mueren de risa en el armario. No puedo acularme contra las estufas como si fuera un gato y hace dos semanas que quiero comer lentejas pero no hace suficiente frío.
Basta!
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