Todavía me acuerdo de esa chica que estudiaba conmigo en Tandil, esa que mandaba a los chicos al jardín de Infantes del Colegio de Padres porque "no tiene patio de tierra y entonces los chicos pueden salir y correr por las baldosas pero no se esucian nada de nada".
Lihuel va a un jardín con un arenero enooooorme, con tierra, huertita, plantas y rabanitos. Y en estos días de calor salen al patio a cada rato, para regar los surcos y las macetas, para jugar con los moldes, para medir cuantas cucharadas de arena hacen falta para llenar el balde verde, para buscar el cantero triángulo y el cantero cuadrado, para poner todas las piedras rojas y chiquitas en la montañita al lado de la trepadora y todas las piedras azules y grandes en la montañita cerca de la hamaca y por supuesto para jugar-correr-saltar-gritar-comerarena- y ejercer su edad preescolar con toda la impunidad posible.
Es cierto, es cierto, los pantalones no duran nada, las zapatillas se están trayendo el arenero a casa de contrabando, las uñas están negras, en las orejas seguro que le germinan porotos en cualquier momento, los rulos parecen un nido de palomas y hay que bañarlo todos los días apenas llega. Pero cómo disfruta de su jardíndefantes...
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