La profe pone cara seria, se calza los anteojos y se sienta solita su alma en el fondofondo del aula mientras los chicos (de 7º, unos pichones más buenos que un pan con manteca y azúcar) terminan de acomodar las láminas que hicieron para hablar de contaminación, agujero de ozono y efecto invernadero. Hasta se trajeron una casita de vidrio y dos termómetros.
La profe abre su cuadernito mágico, ese que tiene la lista de los alumnos y un montón de redondeles, cuadradados, espirales y rayas violetas y verdes. Los chicos del fondo estiran los ojitos para ver si pueden pescar algo medianamente decifrable de ese código tan raro que se inventó la profe para poner notas y señalar a quien no cumple con la tarea, pero la profe los mira sin decir nada y levanta la ceja derecha por encima del marco de los anteojos. Ellos ya saben y se vuelven a sentar mirando a sus compañeros. Están tranquilos porque ya pasaron por ese mismo calvario el día martes, pero están nerviosos porque sus amigos están transpirando.
Es que la profe armó los grupos con caramelos masticables. Trajo una bolsa de sugus y repartió, después dijo: los que tengan sugus verde juntensé acá, los que tengan sugus rojos vayan alla y los que tengan sugus naranja se acomodan al fondo. Y así quedaron todos los grupetes desarmados. Y nada de cambiarse los caramelos que ya los anoté como iban quedando. Y no les quedó más remedio que bancarse de hacer el trabajo con Sutano o con Mengano. Y algunos descubrieron que Perengano no era tan mal tipo, o que Fulano aparte de molestar y no estudiar, tiene buena mano para dibujar láminas.
La profe mira con su mejor cara de serenidad a los chicos que empiezan a hablar y contar lo que hicieron, lo que leyeron, lo que descubrieron, lo que memorizaron en algunos casos. Lo que los chicos no saben es que por dentro a la profe también le caminan cienpiés de nervios, y que le dan ganas de palmearles la espalda y decirles "tranqui, que no soy el cuco", así que asiente con la cabeza mientras las palabras flotan en el aire caliente del aula. Y de vez en cuando hace algún firulete al lado de la lista con violeta y con el lápiz vuelve a dibujar naderías alrededor de su nombre para quemar la ansiedad.
La profe respira hondo cuando terminan de hablar y sabe que todos están mirando su gesto. Ella que nunca estudió teatro no puede disimular por más tiempo la sonrisa ancha como un jamón y empieza a aplaudirlos. Todos se suman al clapclapclap, igual que el martes. Y seguramente de la misma manera que ocurrirá mañana viernes con el grupo de los sugus naranja.
A la profe le queda la satisfacción del trabajo hecho y un garabato hecho de lápiz, nervios y labios apretados en el margen de la agenda.
Qué más se puede pedir de un día jueves?
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