Por muy inverosímiles e increibles que se nos muestren los acontecimientos que a continuación relato he de decir que no hay ni un sólo dato o hecho o personaje inventado, pues todos ellos son reales y conocidos por la que ésto suscribe. He aquí la historia de ellos.
Nunca hubo un amor tan profundo y verdadero como el que profesaban Crisostomito Calpé-Fitz y Lupita Castrourdialejos, entre ambos y recíproco, se entiende. Con sólo un sutil roce se estremecían de tal manera que llegaban a sufrir desmayos de dulces minutos y les llegaba a recorrer una electricidad tal que encendía pequeñas lucecitas a modo de fuegos artificiales en miniatura en derredor de ellos. Tras éstas muestras convinieron ambas familias, Calpé-Fitz y Castrourdialejos, en dar bendición sacramental a tan apasionado amor pues una vez consumado el matrimonio -dijo don Crisostomo padre- se les tranquilizaría el fervor amoroso, y con la consiguiente reducción del peligro de combustión -apostillaba Lupo Castrourdialejos padre- por la pasión chispeante y desmedida que desprendían.
Los deseos irrefrenables, ya en unión bendecida, hicieron que ella quedase preñada la primera noche que desnudos se vieron y que desnudos disfrutaron de los placeres maritales. El fervor del deseo no sólo no cesó al primer conocimiento del acto sino que hizo que ella diese a luz exactamente a los nueve meses, ni un día más, ni un día menos. Sólo cabe mención de interés durante esos nueves meses de preñado el craso error cometido por los -faltos de sosiego-consuegros pues, lejos de sus vaticinios, seguían saltando chispas a cada roce o mirada de los recién desposados.
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