lunes, 15 de octubre de 2007

¿Enamorarse o vivir una historia de amor?



Desde que nacemos sólo una cosa nos obsesiona: el amor. De bebés el amor de nuestra madre es el motor de nuestra vida y a partir de que empezamos a asomarnos al mundo vamos proyectando el amor en otras personas.
La pregunta es ¿alcanza con enamorarse o lo realmente importante es vivir una historia de amor en algún momento de nuestras vidas?
Veamos algunas diferencias. Mucha gente confunde, o cree que es lo mismo, enamorarse que vivir una historia de amor, y pienso que no es así. Cualquiera llega a enamorarse al menos una vez en la vida, de hecho la mayoría lo hace en múltiples ocasiones. Incluso, el mero hecho de enamorarse puede ser un acto unipersonal, pues podemos caer fatalmente enamorados de alguien sin que ese alguien nos corresponda o hasta que ni se entere. Pero, para protagonizar una historia de amor, necesariamente hacen falta dos.
El cine ha sabido sacar partido de esa diferencia ya a partir de la literatura ha llevado a la pantalla grandes historias de amor. Y fijaos que las películas no cuentan simplemente historias de gente que se enamora (serían muy aburridas) sino que cuentan “historias de amor”.
Las historias de amor, en general, no tienen final feliz, aunque hay algunas que sí, pero son casos muy puntuales. Y esto se da porque son historias de perdedores. Están protagonizadas por seres que se encuentran de manera abrupta o fortuita; seres cuyas líneas de vida nada tenían que ver hasta el momento del encuentro. Orbitas que el azar hace coincidir y que más tarde se encarga de disgregar. El leit motiv de una historia de amor siempre va a contrapelo del mundo y enfrenta a sus protagonistas de manera hostil con la sociedad.
La adrenalina, el pulso a mil por hora, el miedo al futuro, o el dolor e impotencia de no poder detener el presente que inexorablemente se transforma en pasado, son algunos de los elementos que marcan una historia de amor. En ellas, el pasado no existe y el futuro es un abismo inconmensurable e incierto. Sólo cuenta el hoy, el instante: es como caminar sobre una pelota.
Uno oye y lee a diario, que la gente habla y escribe de lo feliz que es con sus parejas y lo bien que tienen amalgamada la vida: familia, trabajo y salud. Pero, lo que nos mueve la fibra, lo que queda en nuestra memoria, lo que nos lleva a opinar y a comprometernos son las historias de amor, ¿o no es así? Esa situación de enamoramiento de nuestros vecinos, prodigándose arrumacos, y caminando hacia el futuro hasta que la muerte los separe, sobre un espejo de calma, jamás nos arrancará un gesto de emoción.
En cambio Meryl Streep llorando en silencio en el final de Los Puentes de Madison mientras la camioneta de Clint Eastwood se marcha definitivamente o Nicolas Cage dejándose morir en Leaving Las Vegas, para no cagarle la vida a la prostituta de la cual se ha enamorado, nos parten el alma y dejan una huella en nuestra memoria.
¿Quién no hubiera querido ser Robert Kincaid y Francesca Johnson de “Los Puentes de Madison”, o Ben Sanderson y la prostituta Sera de “Leaving Las Vegas”, o Alice y Michael de “Cuando un hombre ama a una mujer”, o Rhett Butler y Scarlett O´Hara de “Lo que el viento se llevó”?
Creo que muchas personas cambiarían su pequeña parcela de felicidad conquistada por la vorágine impredecible de una historia de amor.

doble visión
pizza con champagne

No hay comentarios.: