Si hay algo que nunca puedo hacer es tocarle a las embarazadas la panza. Y menos si el embarazo ya tiene un tamaño considerable.
Es más, no entiendo a las mujeres que te dicen "uy, ahí pateó, mirá, mirá, dame la mano" y en un descuido tuyo te aprietan la mano (la tuya, claro) contra el vientre (el de ellas, claro) con tanta fuerza que uno siente no sólo los movimientos del renacuajito, sino también el apéndice, los intestinos, la vejiga y demás enseres...
Cuando yo estaba embarazada era selectiva en ese tema. Me encantaba que Silvio me acariciara la panza mientras leía. O que Ailén mientras estaba embarazada de Lihuel viniera a pegar la oreja a la panza a cada rato. Pero del resto del mundo era lo que más detestaba. Se me acercaba gente con la que no pasaba de un gentil buen día y de pronto se me venían encima para masajearme la panza y decirme pelotudeces grandes como por ejemplo: "ay, las embarazadas traen suerte, dejame que te frote un poquito, que hoy me levanté con el pie izquierdo" (juro que esto último es textual lo que me dijo una directora).
Alguien una vez me dijo que esa sensación de molestia tiene que ver con la invasión del espacio personal. Pero yo no estoy muy segura de eso. Porque en realidad a mí me gusta invadir un poquito (y que me invadan a veces, también), soy de dar abrazos, palmaditas en los hombros y esas cosas. Pero de ahí a que venga la portera de la escuela y te agarre la panza como si fuera algo independiente de tu cuerpo, acerque la boca a tu ombligo a punto de reventar y grite con todas las fuerzas "y pimpollo? cuándo vas a salir del capullo?" como le hicieron hoy a L., en fin, creo que no. No?
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