Mientras iba manejando hoy a las ocho de la mañana rumbo al hospital, ví como la sombra de los eucaliptos dibujaba un código de barras en el asfalto. ¿Cuál será el precio que tengamos que pagar esta vez?
Mamá está internada.
Sigue vomitando flema verde cada vez que se mueve o cambia de posición.
Casi le dan de alta, pero finalmente la idiota médica de guardia se rindió frente a las evidencias, llamó al médico interno y decidieron dejarla en el hospital.
Sala IIB. Cuidados Comunes. Camarote 10. La cama que está cerca de la ventana. Hay otra abuelita muy chiquita en la cama de junto.
La enfermera la atendió bien. No usó diminituvivos (pastillita, vasito, camita) ni la trató como si fuera disminuida mental.
El médico le indicó otro reliverán por el suero (y en el término de la noche van...).
Papá se fumó otro pucho afuera (y van...) mientras la enfermera le cambiaba el pijama a mi vieja. Habló y habló y habló. De todo y de nada. Traía recuerdos de su época de enfermero tiernito (hace casi 40 años) en este mismo hospital y deslizaba con culpa críticas al sistema y a mamá que no ayuda.
Pobre viejo. Ahora se fue a casa para ducharse, lavar la ropa, desayunar y votar. ¡Votar! Como si en este momento tuviera cabeza para pensar en el futuro colectivo...
Mientras tanto yo estoy aquí. Sentada en una banqueta a los pies de la cama de mi mamá. Vigilando el sueño lleno de monstruos y cansancio de mi vieja. Escribiendo en mi libreta este apunte que pienso volcar más tarde en el blog. Aunque la verdad ni sé para qué.
Sigo pensando en ese código de barras que vi hoy a la mañana. ¿Cuál será el precio? ¿Cuál?
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