El cumple de quince de L. estuvo lleno de pequeños momentos.
Estuvieron los tradicionales, lease vals con papá y la caterva de compañeros pavotones que no saben ni con qué mano tomar la cintura de su compañera, brindis para la foto con toda la familia, velitas y cintas rosas para ver quién logra el anillo, cotillón y carnaval carioca, un tío pasado de rosaca que quiere bailar salsa como si tuviera la cintura de los veinte a los cincuenta, en fin. Cosas que se repiten sin importar de quién sea el cumpleaños.
Pero si yo tengo que elegir cuál fue el momento que más me gustó, diría que la imagen de la abuela que cosió el vestido mirando a su nieta desde lejos con los ojitos empañados atrás de los anteojos. Fue una instantánea que me hubiera gustado tener.
Picture this: Senñora mayor, mamá de la mamá, digamos unos sesentilargos, grande y corpulenta, con un vestido negro, pelo peinado de peluquería, anteojos de marco dorado gigantes, parada detrás de casi todos los invitados que hacían cola para saludar a la del cumple luego de us entrada triunfal del brazo de papá. La señora estaba en un punto desde el cual podía ver a su nieta sin que nadie le estorbara. Muy quietita, con una mano en la boca y otra en el pecho. Tenía ese aire exacto de orgullo, amor y satisfacción.
Yo fui caminado despacio y me puse cerca y detrás de ella, para ver qué era lo que veía con tanta arrobación: Estaban L. su nieta y M., su hija en una misma línea. L. dando besos a diestra y siniestra, a compañeros, amigas y tíos apretados en corbatas y tías apretadas en vestidos. M., mirando a su hija con el cansancio de las corridas de último minuto pintadas todavía en la cara pero con el aura resplandeciente de amor. Y esta señora, desde otro extremo, casi de incógnito, tenía los ojos nublados de alegría y cariño por esas otras dos mujeres. Mujeres en las que ella misma se prolonga y se hace eterna, mujeres en las que ella sigue latiendo, corriendo, amando, sufriendo y llorando.
Me sentí una voyeur desagradable, una intrusa en un momento íntimo, así que seguí caminando para alejarme de esa escena. Aunque mentalmente ya había abierto el obturador para retener la mejor foto de todo el cumpleaños.
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