miércoles, 22 de octubre de 2003

es largo y es un delirio sin pies ni cabeza, si no lo leen no se pierden de nada
Con paciencia y mucha práctica estoy rozando los dos minutos de apnea. La flotabilidad la estoy superando gracias a un cinturón de plomo. Pero el sábado por alguna razón mi cabeza se negó a colaborar y aunque tenía tiempo y aire de sobra, mi diafragma no dejaba de molestarme y de hacerme salir a la superficie sin completar el ejercicio.
El instructor me miraba con cara de pocos amigos y me decía: vamos Marianita, si en apnea estática vos podés, no puede ser que no lo consigas, dale Marianita, si el miércoles pasado pudiste cómo ahora no, mové Marianita, si no necesitás más de cuarenta segundos, a ver Marianita, ventilá bien los pulmones y andá otra vez. Dos horas que tendrían que haber sido de absoluto placer fueron dos horas de bronca, vidrio molido y una puteada inmensa amasada bajo presión.
Al final completé el ejercicio y pude hacer varias cosas más, como sentarme como un chino en el fondo de la pileta y mirar a mis compas de curso moverse como si fueran leoncitos de mar, sacarme sin permiso la gorra de baño y sentir como mi pelo se enredaba movido por el agua, encontrar un agujero en el techo que hace que un rayito de luz se meta en la pileta y haga reflejos azulesyblancos en los azulejos.
En ese momento lo que más me jodía era que no encontraba la conexión neuronal que me permitiera concentrarme. Pero después me dí cuenta de algo: estaba poniendo demasiado esfuerzo en hacer la cosas "bien" y me olvidaba de disfrutar, de jugar, de darme permiso para meter la pata y salir antes con la luneta llena de agua. Cuando me pude despegar del instructor y de sus constantes dale Marianita fue cuando mejor me sentí.
Es al gas, la mejor manera de funcionar es cuando consigo despegarme de mi cabeza. Pero cómo despegarme de esta racionalidad que a veces me es tan útil y otras parece que me torturara con agujas heladas.
Tu problema es que pensás demasiado. Eso me lo dijo alguien en Tandil hace mucho tiempo. Y tenía razón, porque aunque yo me jacto de ser puro impulso, pura pasión, puro movimiento, en realidad soy un cerebrito ambulante. En todo. En TODO. Y detesto ser así, pero me ahoga el intento de deshacerme de mi cabeza. Si la pudiera poner en un frasco, yo saldría muy feliz a la calle sin sombrero, pero no puedo evitarlo.
Vos pensaste alguna vez cómo pensas? Me preguntó un día una profe de filosofía. Yo me largué a hablar de redes neuronales y sinapsis y neurotransmisores y aceleradores y supresores y bandas de mielina y qué se yo cuántas cosas más. Y ella muy campante me dijo: no, no, yo pregunto si vos te detuviste a pensar en cómo VOS pensás Esa pregunta me persigue desde entonces y aunque tengo algunas conclusiones, no son definitivas. Creo que pienso en palabras y en imágenes, pero antes de las imágenes aparecen las palabras. Palabras escritas, con distinta tipografía, con distintos tamañaos, con la letra de mi maestra de primero, con la letra de Zulma la profe de física, con colores chillones en fondo negro. Pero el problema es que tanto pensar hace que mi cabeza se olvide de que tiene un cuerpo que manejar. Y por qué hablo de mi cerebro como si fuera una cosa ajena a mi persona? No sé, pero a veces lo siento de esa manera; como si me mirara desde sus circunvoluciones y dijera mirá que habiendo tanta gente en el mundo, en qué caja craneana vengo a caer.

Hoy es miércoles y tengo pileta. A los chicos los mando a la casa de la abuela. Alguno me podría cuidar mi cerebrito por un par de horas?

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