A ella la invitamos una vez a acampar con nosotros en la playa. Fue con su novio de entonces. Ella se enamoró del lugar y se desenamoró de ese novio.
Un día sintió ganas de volver. No encontró nadie que la acompañara y no le importó. Se fue solita.
Allá un amigo la alojó y allá, en esos días lo conoció a él.
Era el mar y era el pacífico.
Nació el amor y ella se fue a vivir allá con él. Era un rancho hermoso sin paredes, donde el pozo siempre tenía agua. Entonces lo inevitable: a alguno de los dos le creció la panza...lógico que a ella. Nació Luz Arena con los ojitos de él y unos colochos hermosos.
Un día como las mareas , vinieron vientos grises y aguaceros. Ella volvió a la ciudad con la niña. El de vez en cuando venía, se iba, se iba, se iba, se iba, se iba, se enfermó poco a poco y se fue.
El domingo en la madrugada se despidieron.
Hoy pasamos a la casa de ella.
Lo que queda del cuerpo de Juan quedó en un copón plateado . Ante él, los amigos, las amigas, la música, las velitas. Una foto de un ojo que te mira desde cualquier parte y otra de un pescado que baila parado, un corazón, la luna, el té y el chocolate caliente, un hermano que vino en carrera desde las Canarias, una princesita de seis años que se rasca la cabeza...y ella: Ella que le agradece a la vida el haberlo conocido y nos enseña que el amor viene y va de muchas maneras.
Un abrazo para el amor que construyeron los tres y que fue hermoso mientras duró. Como deben ser todos los amores verdaderos.
En enero, con la primera luna, ella lo llevará al mar.
Julia Ardón
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