Diez o doce cartas, en la mili, de la novia de toda la vida que se casó con otro. Tres o cuatro de la chica del pueblo a la que quise para siempre durante unos meses. Alguna más de la lituana con la que crucé Europa sin salir de la habitación. Pero eran la excepción, en realidad mis relaciones se han construido apilando minutos y minutos de teléfono. De un teléfono sin contestadores [- Cariño, te llamé pero nadie cogió el teléfono], sin identificación de llamada [-llamaron pero estaba en la ducha. -Si, cariño, era yo que no aguantaba más sin oir tu voz], sin llamada en espera [-Cariño, si te llamé, pero estuviste toda la tarde comunicando], sin móviles [-Cariño, te prometo que iba a llamarte, pero la cabina no funcionaba], en fin, un teléfono sin testigos molestos.
Ahora tenemos el Messenger.
Ayer, K. y yo rompimos definitivamente una vez más (nada preocupante, lo hacemos a menudo), y nos pasamos la tarde golpeándonos con trozos de conversaciones pasadas. Cargas un copy con una promesa incumplida y, cuando menos se lo espera, le disparas un paste a bocajarro. Nada queda a la imaginación, nada a la interpretación, las frases están ahí. Tu pasado se puede copipegar.
Dios mio, es como tener un trio con un notario.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario