Uno se hace adicto facilmente a las emociones fuertes. A las fuertes y positivas, a las fuertes y energizadoras, a las fuertes y buenas, a las fuertes y embriagadoras y pacificantes y alegres. Engancha el amor sin condiciones. El de ida y el de vuelta. Saber que todo lo que hagas estará bien, que todo lo que te hagan será desproporcionado. Ya sólo quieres que te quieran así, sin un solo pero.
A veces me quedo durante minutos mordisqueando un trozo de su piel, uno cualquiera, hasta que de pronto despierto y ella me está mirando. Y me avergüenzo, porque pienso que piensa que qué cosa más extraña. Y resulta que no, que ella no estaba usando la cabeza tampoco. Sólo lo disfrutaba. Justo como yo.
Estoy enganchadísimo, y me siento igual de bien entre sus brazos cuando ríe que cuando llora, y no sé si eso debería ser así, pero sus lágrimas en mi hombro me llenan de paz, su risa ahogada sobre mi pecho me transforma, me hace mejor.
No hay nada material entre nosotros, nuestro sexo no es de verbos ni de nombres. No he hecho con ella una sola cosa pensando en mí, jamás ha tenido un mínimo gesto de egoismo. Aunque claro, todo eso es el egoísmo máximo, la avaricia del otro que nos hace sentir como dioses. (...)
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