Ni el dinero ni la estatura ni los proyectos ni el perfume ni la mirada llena de pestañas ni el culito redondito y pellizcable ni la boca ideal para morder ni esa torpeza intrínseca al bailar ni la campera de cuero azul ni la sonrisa sin palabras.
Nada de eso hizo que me enamorara.
En realidad fueron un hoyito en el mentón y un lunar en la base del cuello.
Lo demás fueron sorpresas que llegaron de yapa.
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